La ignorancia embrutece, otra vez

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Queridos ignorantes:

En los últimos días habéis vuelto a salir de vuestras criptas escupiendo al mundo videojueguil acusándolo de muchos males, porque estos se escapan de vuestro control. Pues no, la solución la tenéis en vuestras manos, como la habéis tenido siempre.

Los videojuegos no son malos en si mismos, ni producen cáncer infantil, ni llevan a conductas violentas,  ni nada parecido. Como todas las cosas, los videojuegos requieren de un uso responsable y comedido. Y si vuestros hijos no saben administrarse es responsabilidad de los padres el administrar las dosis videojueguiles que creáis conveniente como tutores legales que soys de estos.

A falta de legislación como el tabaco o el alcohol, los videojuegos vienen regidos con unos criterios reguladores que a menudo son exagerados, lo que implica que el margen de error es mucho menor de lo que cabría esperar. Y si en vez de acompañar a vuestros hijos a comprar videojuegos les soltáis en la puerta de la tienda con un billete y pasáis de comprobar a qué juegan y cómo juegan, es asunto vuestro, pero no es culpa del producto en cuestión si tu hijo hace cosas malas, porque de niño, todo el mundo es inocente e influenciable, pero nadie es un santo. Muchos vendedores van a comisión de lo que venden, y la ley no les prohibe vender productos no recomendados a ciertas edades, tenedlo muy claro. Y lo que hagan o puedan conseguir fuera de casa ya se escapa de vuestro control, pero lo que ocurre dentro de casa, lo que se bajan de la red, por donde navegan y cómo actúan en familia es asunto, responsabilidad y culpa única y exclusivamente de los padres.

La indústria va a fabricar y comercializar lo que venda, y mientras haya demanda habrá oferta y viceversa. Punto. Pero de la misma forma que los vehículos no son los culpables de los accidentes de coche porque no los provocan, los videojuegos no son portadores de males si se hace de ellos un uso responsable. Y es la desinformación, el pasotismo y la bofetada sin aviso previo lo que os hace lo que a día de hoy tristemente todavía sois: ignorantes.